¡Hola! Soy Javier y aquí os dejo unos cuántos fragmentos de esta gamberrada titulada "Érase una vez una historia de amor anormal. ¿Anormal el qué, la historia o el amor?". Es una comedia absurda que escribí sin ningún motivo más que el de pasar un buen rato, y una vez que la terminé me atreví a auto-publicarla. Una editorial auténtica se interesó más tarde, pero apliqué el principio de Groucho Marx y no me quise fiar de una editorial que quisiera publicar Amor Anormal. ¿Que por qué? ¡Porque es una salvajada! Ahora bien, si te atreves a exponer tu cerebro a esta obra de cosa rara, lo haces sabiendo lo que hay. No está revisada por nadie, es un texto en bruto hecho por un estudiante de filología que buscaba romper con cuantas más normas establecidas le fuera posible. Este es el resultado.

Había una vez… ¡uh no! Vaya mierda de principio. Veamos, quiero algo más épico. Entre los electrizantes y poderosos relámpagos de una desafiante tormenta cargados con muerte estruendosa… joder, hemos dicho épico, no puñeteramente barroco. Vamos a por el tercer intento. Era una fría noche, y la lluvia, iluminada por eventuales relámpagos, repiqueteaba sobre el techo del coche… Bueno, eso está mejor, pero no. Es domingo por la mañana y hace un sol de la hostia.

–¡¿Qué coño?! –exclamó el chico cerrando los ojos y cubriéndose la cara con el brazo por el repentino cambio de luz.

Una voz sexy de mujer… quiero decir que la voz de una mujer sexy… bueno, lo que sea. El caso es que una mujer, la narradora, le contestó:

Acabas de ser creado para una electrizante y poderosa historia épica…

Surgido de la nada, otro narrador la interrumpió:

Cariño… nada de electrizante, ni poderoso, ni épico, ¿vale?

Bueno, vale. Mi voz (porque soy narradora y lo que me venga en gana, que para eso cuento yo la historia), continuó mientras nuestro personaje ponía cara de no entender nada:

Acabas de ser creado para una pequeña historia. Esta es tu oportunidad de hacerte famoso.

–Ya, lo que tú digas.

Y como soy una narradora omnisciente, lo sé todo y lo veo todo… excepto lo que no me interesa en absoluto, porque no soy nada cotilla, y… bueno, tampoco me apetece ver ni saber nada esos días del mes en los que me siento feliz de ser mujer. El caso es que noté que nuestro personaje contestaba con un tono hastiado. ¿Que cómo se llama? Pues… joder, no lo había pensado.

Ilustración de Becky (personaje de la obra)

–Vaya mierda de narrador –dijo el chico.

Narradora.

–Lo que sea.

Pues ya que nuestro personajillo nos ha salido refunfuñón, le vamos a dar un “buen comienzo”:

Estamos en su casa, es domingo por la mañana, el sol sigue doliéndole en los ojos y nuestro personaje tiene una gran resaca fruto de un vino peleón con el que intentó olvidar –con nulo éxito– a su exnovia.

–¡Qué hijaputa!

¿Verdad que si?

Pues le vamos a llamar… no sé, Godofredo… bueno, no… algo más dinámico… un nombre de héroe: fuerte, valiente y bueno, pero con serios problemas para relacionarse con mujeres. Se llamará Guimli, deletreado así para evitar problemas de copyright.

–¿Copiqué? –dijo Guimli.

Copirait –contesté.

–¡Ah!

Así que Guimli estaba en el sofá de su casa, con resaca y vistiendo un pantalón de chándal y una vieja camiseta de publicidad.

–¿Publicidad de qué? El lector tendrá que hacerse una idea, ¿no?

Pues de Pryca, y deja de tocarme los ovarios.

–Pryca ya no existe.

Y dale. Así que Guimli vestía un pantalón de chándal y una camiseta rosa que decía en letras blancas “tengo miedo a la oscuridad”. Sólo se atrevió a responder:

–No es verdad, y además, eso no me haría menos masculino.

Ya, pero llevas esa camiseta y punto.

Total, que Guimli tiene una resaca del quince y vive solo en una casa desordenada, como cualquier soltero español de mediana edad. Sigue dolido porque su exnovia, a la que quiso como nunca antes había querido a nadie, le dejó porque él no la llenaba.

–Ella era todo lo que amaba –confesó Guimli–. Lo primero en que pensaba cada mañana y lo último en que pensaba antes de dormir. Su mirada, su sonrisa, su piel… todo lo que siempre he deseado, ella lo…

Cállate, que me vas a hacer vomitar arco iris o darme una diabetes. Amanda, que así se llamaba su exnovia, era la única razón de existir de Guimli. Se llama así porque no me apetecía buscar otro nombre, y de “amada” pues se me ha ocurrido “Amanda”, qué previsible, ¿no? Ella era perfecta, pelirroja, guapísima, con pechos turgentes y buen sentido del humor… vamos, fuera del alcance de Guimli, quien la consiguió por algún capricho del destino que no acertamos a comprender.

Guimli interrumpió:

–Vale, ¡pero no me has descrito a mí aún!

Eres calvo, bajito y con unos kilos de más.

–¡Mierda!

En un asombroso giro de los acontecimientos, la narradora se dio cuenta de que si tenía todo el poder sobre la historia y el personaje, entonces podía cambiar también su enervante personalidad.

–¡Qué guapa te veo hoy! –exclamó de repente Guimli.

Gracias.

Guimli era… es ahora un joven apuesto, no tan atractivo como para parecer inalcanzable, pero razonablemente guapo. Y simpático también. Como cualquier otro joven de su generación, cometía errores y los pagaba caros, pero nunca perdía su buen humor ni su voluntad de llevarse bien con toda la gente con la que pudiese tener amistad. Y ya no se llama Guimli, ahora es Eric, nombre de guerreros vikingos.

–Oh gracias, ¡bombón!

No, gracias a ti pedazo de tigre –dijo con voz sensual la narradora mientras le guiñaba un ojo que nadie podía ver.

Eric sufría mucho desde la ruptura con su última novia. Esa zorra le partió el corazón al pobre Eric, quien siempre le había sido fiel y sincero.

Era un domingo por la mañana como hemos dicho ya, y Eric estaba en el sofá de su salón, deprimido por su situación sentimental. La sola idea de ordenar su casa, limpiarla y dar un paseo después le hacía caer más aún en su espiral de vagancia y tristeza. Después de unos minutos de mirar una tele apagada, se levantó para ir a la cocina a por algo que matase su hambre. Vestía unos vaqueros rotos y una camiseta blanca algo ceñida, marcando su atlética figura… ¡joder qué bueno que está! Sin embargo, no había nada comestible, ya que no había salido a comprar en mucho tiempo. Decidió pedir una pizza, pues ni de coña iba a sacar su musculado culo de casa. Llamó a su pizzería favorita y a los veinte minutos alguien tocó a su timbre. Se acercó a la puerta con parsimonia y al abrirla, en plan peli romántica súper empalagosa, Eric observó cómo a cámara lenta, la cabeza inclinada sobre la pizza y tapada con una gorra se levantó y ante sus ojos apareció la chica más bonita que jamás había visto en toda su vida. Sus ojos, grandes y brillantes destacaban sobre una piel sin mácula y una sonrisa perfecta. Alargó su mano y entregó la caja con la pizza mientras anunciaba feliz:

–¡Extra de queso, ternera, pollo, beicon y salsa barbacoa! Guau, tendré que probar esta dieta, a ti te va muy bien, ¿eh?

El repaso amistoso que la desconocida repartidora hizo a nuestro amigo habría puesto nervioso a más de uno, pero el buen Eric no podía reaccionar, estaba absorto mirando la adorable belleza de la repartidora. Para él, el tiempo seguía casi sin fluir, disfrutando de cada milisegundo que la contemplaba y sufriendo por cada milisegundo en que, de una forma inexorable muy pronto, dejaría de tenerla delante. Su juicio, pese a estar nublado por una borrachera de amor a primera vista, se negó a actuar de la única manera en la que habría actuado de haber podido: suplicándole de rodillas que no se fuera nunca.

–Son catorce veinte, por favor –dijo sonriendo la chica.

Pasaron unos segundos y Eric seguía mirándola sin reaccionar.

¡Eh gilipollas! –Gritó desde fuera de plano la narradora–. ¡Te está hablando!

La preciosa repartidora estaba sorprendida ante la situación, pero le resultaba encantador que aquél pobre cliente fuese incapaz de decir nada.

–Oye, perdona, oye… ¡oye! –decía la repartidora al tiempo que le daba toques en el brazo.

Al final, Eric respondió:

–¿Eh? ¿Qué?
–Tu narradora… que te pide por favor que me hagas caso.
–Ah ya, claro… ¿Qué?
–Que son catorce euros con veinte, por favor.
–Ehhhh… si.

Sacó de su bolsillo la cartera y le dio veinte euros.

–No llevo tanto cambio.
–Da igual, quédatelo.
–Graaaaciaaaaaaas –dijo ella sonriendo justo antes de dar media vuelta e irse.

Eric se quedó allí clavado durante un buen rato, hasta que asimiló que la visión de ensueño había desaparecido. Entonces volvió al sofá, abrió la caja de la pizza y empezó a engullir su primera porción. Mientras intentaba en vano grabar a fuego en su mente el dulce rostro de la repartidora de pizzas, el hámster de Eric trepó por su pierna, luego por su cuerpo hasta su brazo, y empezó a olisquear la pizza de su mano.

De forma infantil, Eric preguntó al hámster:

–¿Quieres un poco de pizza, pequeñín?
–No idiota, eso me sube el colesterol –contestó el hámster.
–Ah coño, ¿es que sabes hablar?
–Si, aprendí a los dos meses de vida, pero es que hasta ahora no tenía nada interesante que decir.
–Ah… ya.

Unos minutos más tarde, con media pizza acabada ya, Eric seguía tratando de encontrar sentido a su vida:

–Así que…
–Si –respondió apresuradamente el hámster.
–Somos un tío deprimido por una ruptura y su hámster… parlante.
–Exacto.
–¿Y cómo te llamas? Me he pasado todo este tiempo llamándote Juan Solo.
–Lo sé, es un nombre desagradable.
–Pues pensaba llamarte Chubaca.
–¿No te jode? Qué puñetero eres poniendo nombres. Me llamo Erwin Kant Von Schopenhauer.
–¿Alemán?
–No, soy nicaragüense.
–Pues tienes acento alemán.
–¿Sabías que hay una gran colonia de alemanes en Nicaragua?
–No, no lo sabía.
–Yo tampoco, me lo acabo de inventar.
–Ah. Y oye… esto de la novela que estamos protagonizando…
–Esto no es una novela, ¿es que no sabes lo que es una novela? ¿Te gusta leer?
–No sé. Narradora, ¿me gusta leer?

Si –dijo la narradora, o sea, dije yo–. Te gusta.

–¿Y ya está? ¿No me das detalles de qué suelo leer? Bueno Erwin, ¿por qué esto no es una novela?
–Porque es totalmente surreal, fuera de lo que se ha visto hasta ahora y fuera de lo que caracteriza a una novela. Además, porque la narradora se inmiscuye en el relato y llegó a haber otro narrador por encima de la narradora habitual.
–Entonces, ¿esto qué es?
–Pues una cosa rara con palabras. Pero nadie lo llamará así, es una pena. Molaría que en el futuro las bibliotecas tuviesen secciones de teatro, poesía, prosa y cosa rara.
–Oh tío, eso molaría. Pero que digo yo que la cosa rara esta, de la que somos protas… no tiene argumento, ¿no?
–El argumento se acaba de crear en cuanto ha aparecido la repartidora.
–Dios, ¡qué buena que estaba!

Durante varios segundos Erwin se quedó mirando a Eric, mientras éste se regocijaba en la visión de aquella preciosidad. De repente volvió a la realidad:

–¿Y el argumento?
–Joder, es obvio: chico conoce a chica, se enamora y durante noventa minutos de peli hace lo imposible por conseguirla. Quizá lo consiga a mitad de película pero luego va y comete un error pero ella le perdona al final.
–Pero esto es un libro.
–Me la pela. Se aplica igual a la literatura.
–¿Así que tengo que conquistarla? Tú mismo has dicho que la conquisto y se acabó. ¿Cuál es el fundamento de seguir leyendo?
–Pues que estoy jugando al engaño –continuó Erwin–, como bien deberías haber adivinado. El lector no puede esperar que ocurra lo esperado, ya que desde la primera página hemos hecho cosas que pocos lectores habrían anticipado.
–Así que no hay argumento…
–No te enteras. A ver, utiliza la cabeza Eric.

¡Eso! Utiliza la cabeza –interrumpió la narradora.

Erwin continuó:

–Mi nombre es un homenaje a Erwin Schrödinger, Immanuel Kant y Arthur Schopenhauer, así que es probable que yo, tu pequeño y adorable hámster, me convierta en la voz de la conciencia así en rollo filosófico, que te guíe en esta cosa rara. El hecho de que esté formado por tres grandes pensadores alemanes debería indicar a cualquier lector, lectora y/o personaje que esta cosa rara tomará la forma de algún concepto alemán… digamos un bildungsroman.
–¿Un bildunqué?
–Bildungsroman, es un término alemán para designar una obra literaria o cinematográfica en la que se describe un proceso de aprendizaje o maduración de joven a adulto.
–Ahhh. Así que soy un joven inmaduro y al terminar la novela seré mayor. Bufff, ¡esto va a durar mucho!
–No necesariamente. Sólo doy pistas. Lo que quiero decir es que la vida real es un proceso de maduración constante, así que si comparamos esta cosa rara con la vida real, advertirás que esperar algo te puede descolocar. La vida da muchas vueltas mi joven padaguan.
–No se escribe así –interrumpió Eric.
–Me da igual. Total, que uno a veces espera algo de la vida, y todo se tuerce pero da igual porque lo que llega es mejor, es lo que uno quería de verdad.
–Ya entiendo.
–No, no entiendes.
–Jou, vale. No lo cojo.
–De momento tú tienes que tratar de olvidar a tu ex y conquistar a la repartidora. Luego ya veremos.
–Pues como tarea me parece difícil. Las tías así siempre tienen novio, y aunque no sea realmente feliz con él, ella creerá serlo. Y como argumento de cosa rara me parece simplón, aburrido y poco original.
–Podemos cambiarlo ahora que estamos a tiempo. ¿Qué te parece salvar el mundo de una catástrofe nuclear?
–No soy la clase de tío que salva el mundo.
–Subestimas el poder de un narrador.

O narradora –dijo la narradora.

–Eso –contestó Erwin–, el poder de un narrador barra narradora. El caso es que si a la cabeza que guía la mano que escribe lo que la narradora nos manda hacer se le va la pinza lo suficiente, podríamos comprobar lo poco que se diferencia conquistar el corazón de una chica de salvar el mundo de una catástrofe de proporciones bíblicas, hablando de complejidad técnica.
–Esto va a ser agotador.

Eric terminó su pizza y no tuvo ganas ni de levantarse a llevar la caja a la basura. Erwin se vio en la obligación de empujar a Eric hacia su destino:

–Para conseguir a tu chica tendrás que dejar de ser un vago.
–No soy un vago, sólo estoy reflexionando sobre la futilidad del esfuerzo humano.

Erwin se quedó pensativo un rato mientras Eric no pensaba absolutamente en nada. Entonces dio con la solución para conseguir que el humano decidiese ponerse manos a la obra, para lo cuál sólo tuvo que ponerse verde y decir con voz ronca:

–Amarte ella podría. Descubrirlo deberás, para tu felicidad alcanzar.
–Tienes razón tío.
–El truco de Lloda siempre funciona con los frikis como tú.
–Tengo que conquistarla.
–Dicho así suena como si la pobre fuese un país.

Eric en cambio no escuchaba ya lo que Erwin decía.

–Primero tengo que saber quién es –continuó Eric–. Llamaré para pedir otra pizza. No, mejor llamo y digo que la chica que me ha traído la pizza tiene que volver porque le he dado menos dinero del que le tenía que dar.
–La meterás en un lío.
–Cierto, mejor… no, qué asco. No sé qué hacer.

Al rato, Eric continuó:

–Coño, es mejor actuar sin pensar, así me ha ido bien toda mi vida.
–Eso es verdad, parece que Dios protege a los inútiles.

Eric sacó su móvil y llamó a la pizzería, al otro lado de la línea oyó una voz:

–PizzaBulosa, ¿qué desea?
–Hola, acabo de hacer un pedido y una chica morena me ha traído mi pizza. Ha sido muy rápida y me gustaría que me atienda ella en el futuro… dentro de lo posible. ¿Cómo podría arreglarse?
–Pues… es difícil porque ella siempre está en tienda. Hoy ha hecho reparto porque nuestro repartidor habitual está de baja. Si desea ser atendido por ella, deberá venir al local.
–¿Cómo sé que hablamos de la misma chica?
–Hoy sólo la tenemos a ella repartiendo.
–¿Cómo has dicho que se llama?
–No lo he dicho.
–¿Me lo dices?
–Becky.
–Muchas gracias por su atención, hasta luego.
–Gracias por confiar en PizzaBulosa, ¡hasta luego!

Ilustración de Eric (protagonista de la obra)

Eric se dejó caer sobre el sofá mientras balbuceaba:

–Becky… Becky…
–Mierda, ¡que alguien llame a urgencias, tenemos un grave caso de giliposis!
–Tengo que saber algo más sobre ella. Voy a buscarla en caralibro.
–¿Qué es caralibro?
–Una red social.
–¿Y qué es eso?
–Es un sitio en el ciberdespacio…
–¿No se dice ciberespacio?
–No, cuando te conectas con mi ordenador, no. El caso es que es un sitio en Internet en el que la gente se crea una cuenta y publica sus fotos y hace comentarios sobre la banalidad de sus vidas.
–Muy humano.
–Si, suben fotos de si mismos con poca ropa y en posturas extravagantes para provocar al resto de mortales.
–¿Provocar excitación?
–Eso es lo que creen. En verdad provocan nauseas y dolor de ojos.

Eric trajo su portátil hasta el sofá y se conectó a la red. Buscó por “Becky” y filtró los resultados por el lugar de trabajo indicando “PizzaBulosa”. Sólo obtuvo un resultado y en la foto aparecía el perfecto rostro de la repartidora de pizza. Estuvo un rato cotilleando su perfil y en su información personal encontró que le gustaba el hard rock, las motos de gran cilindrada, la poesía y los deportes extremos. Sus citas favoritas eran todo tipo de versos y momentos memorables de las películas y obras de literatura más bonitas de la historia.

–Está claro –comentó Eric– que le van los contrastes, ¿eh? Deportes extremos, motos potentes, rock duro… pero es femenina y le gusta la poesía. ¡Es perfecta! Lo que indica que está fuera de mi alcance.
–Lo que este hámster aquí presente sabe es que las mejores tías siempre salen con los tíos más capullos, y por lo tanto tienes muchas opciones de salir con ella. Que luego te deje por otro más subnormal aún, es otra cosa. Tenemos que trazar un plan para conseguir que salga contigo.
–¿Por qué tanta prisa y tantas ganas en ayudarme?
–Porque esta cosa rara terminará en cuanto lo consigas, y no quiero más que terminar esto de una vez. Es un insulto para mi intelecto que tenga que ser tu hámster y esté atrapado en este cuerpo diminuto. Además, soy alemán y nosotros lo hacemos todo sin contemplaciones, sin rodeos.
–¡Dijiste que eras nicaragüense!
–¿Y te lo creíste? Por Dios Eric, ¡¡¡me llamo Erwin Kant Von Schopenhauer!!! Estaba claro desde el principio.
–Vaya asco, hasta mi hámster me torea. ¿Alguna idea de cómo conquistar a Becky?
–En estos casos suelo aplicar una visión militar. Veamos, tienes un objetivo con una defensa muy poderosa.
–¿Te refieres a sus tetas? ¡Pedazo airbag!
–No, imbécil. Las mujeres siempre están a la defensiva con los tíos, especialmente las más buenorras. Así que cualquier cosa que digas será interceptada. Debes atacar por los flancos, por donde no espere un ataque.
–¿Tirarle los trastos justo cuando no se lo espere?
–No, bueno, a ver, lo primero que tienes que hacer es evitar parecer un salido.
–Eso, querido amigo… va a ser muy difícil. Entonces… atacar por los flancos.
–Si, tienes que guardar las apariencias… perdón. Tienes que ocultar vilmente tus apariencias. Ayudaría demostrar que eres simpático, inteligente, buen tío… todas esas cosas.
–Creía que las tías quieren un hombre que lleve la iniciativa.
–Si, pero sólo cuando ya se les ha ocurrido que quizá no estaría mal salir contigo. Tienes que esperar a que piensen lo de salir contigo antes de que tú hayas mostrado tu auténtica personalidad de salido desesperado.
–¡Ahhhhh! Vale, ¿entonces es como en esa peli en la que te metes en la mente de la otra persona y tratas de inculcar un pensamiento para que crea que ha sido idea suya?
–¡No! ¡¡No!! ¡¡¡No!!! ¡¡¡¡No!!!! ¡¡¡¡¡No!!!!! A ver, estamos hablando de una mujer… ¡no quieres entrar en su mente! Tú no sabrías cómo encontrar la salida. Lo más probable es que murieses dentro de su cabeza en plan Golum, con los ojos como platos y de cuclillas sobre una roca de pensamiento.
–¿Y comiendo pescado crudo?
–Eso, comiendo pescado crudo.

Eric resopló y se quedó un rato pensando cómo iba a conquistar a una chica que estaba fuera de su alcance. Mientras tanto, Erwin resolvía mentalmente una ecuación diferencial de vigésimo grado. Cuando Erwin ya había resuelto su ecuación de tres formas completamente diferentes y había pensado en las repercusiones que tendría su aplicación en una quinta dimensión, Eric exclamó:

–¡Ya está! Simplemente pediré más pizzas y le demostraré poco a poco que soy el tipo de hombre que le gusta: duro pero con sentimientos.

Erwin se limitó a descojonarse por la mera idea de imaginar a Eric vistiendo y hablando como John McClane.

–¡Ah! Ese es Brus Güilis, ¿no? –intervino Eric.

Si, el jodido Brus Güilis –contestó la narradora.

Erwin se recompuso y contestó:

–Te ha costado, ¿eh? Pues si, pedir más pizzas, so memo. No era tan difícil.
–Pero lo primero que tengo que hacer es demostrar que soy un tío duro, ¿cómo hago eso?

Erwin lo miró de arriba abajo y dijo:

–¿Cirugía? ¿Milagro?… ¿Mandarte a Vietnam con un machete y un taparrabos?
–¡Eso es!
–¿Lo de Vietnam?
–No, ¡la tele! Observa atento. Querido Dios, mándame una señal de cómo puedo demostrar que soy un tío duro.

Encendió la tele y emitían un programa de bricolaje. Decepcionado ante la absurda señal divina, cambió de canal y observó que emitían una deprimente serie española sobre unos cuarentañeros que sobreactuaban tratando de hacerse pasar por estudiantes de instituto de secundaria. Erwin tuvo la inevitable necesidad de comentar:

–Y luego dicen que los institutos españoles están masificados… apenas hay nueve estudiantes en clase. Pero mira, ahora entiendo las críticas al sistema educativo, llevan tantos años repitiendo bachillerato que seguro que sus hijos les alcanzan y aún así son incapaces de hablar como si no actuaran en un culebrón barato.

Eric cambió y en el siguiente canal mostraban un anuncio que no tenía ni pies ni cabeza: una señora fea andaba hacia atrás mientras un tío sin camisa y con unas gafas de sol feísimas que le tapaban media cara se le acercaba y las cosas cambiaban de color sin parar. Hámster y humano exclamaron a la vez:

–¡Perfume!

Se rieron por su complicidad y Erwin añadió:

–Regla de oro, si no tiene sentido, es de perfume.

Eric se recostó en el sofá y se echó las manos a la cara desesperado porque su genial plan de esperar una señal divina que le dijera cómo demostrar su hombría a la repartidora de pizzas había fallado. Intentaba pensar cómo poder hacerle ver que era todo un macho, y entonces Erwin cambió a un canal en el que emitían una vieja película de un robot del futuro con chupa de cuero y endoesqueleto de metal que trataba de proteger a la raza humana de un congénere más avanzado. El ruido de la moto del robot retumbaba en todo el piso.

–¡Apaga eso! No me oigo ni pensar.

Erwin miró a Eric, luego a la tele, luego a Eric, luego a la tele, después volvió a mirar a Eric y se quedó un rato maravillado por la interminable estupidez humana. Al final, Eric se incorporó y miró la tele:

–Ya la he visto, al final el termineitor…

Por unos segundos la prodigiosa mente de Eric empezó a atar cabos.

–Mola ver tu cerebro en acción –dijo Erwin mientras pasaban los segundos–. Ya queda poco… idea en… ¡tres!… ¡dos!… ¡unoooooo y…!
–¡Coño! ¡¡¡Una moto!!! –exclamó Eric.
–¡Bingo!

Eric siguió:

–Tengo que conseguir una motocicleta de las buenas para conquistar a Becky. Es la mejor idea que he tenido nunca.
–Si, tu mejor idea… sólo después de aquél día en que comiste helado de chocolate con quetchup.
–Oh si, ¡aquello fue glorioso!
–Pero mira al Chuachenaguer, necesitas algo más.
–¿Una escopeta?
–No idiota, una chupa de cuero.
–Si, necesito una chupa de cuero.
–¿Te das cuenta que eres una mente maleable? Podría convencerte de lo que quisiera. Quizá deberías comprarle un anillo de diamante a Becky.
–Eh tío, ¡debería comprarte un anillo de diamante!
–¿A mí? Bueno, primero piensa en la moto, luego la chupa de cuero y después hay que conseguirte unas cuántas neuronas extra.
–Vale. ¿Hay de eso en el súper?
–Si, neuronas Hasendado. No tienen tanta calidad como las del Carreful pero vienen en paquetes de ocho, así que te duran más.
–Cojonudo. Bueno, hay que ponerse manos a la obra, ¿no? No tengo dinero para una moto, así que habrá que gorroneársela a alguien. Voy a darme una ducha para despejar las ideas y luego salimos a ver si encontramos una moto huérfana.

Cuando salió de la ducha, Eric se encontró a Erwin ataviado con un casco militar y una chaqueta de camuflaje delante de una pizarra blanca.

–¿Qué es esto?
–¡¡¡Fiiiiiirmes!!! –Consiguió con su grito cuadrar a Eric–. Soldado, su misión consistirá en capturar material logístico enemigo. No queremos un tanque… bueno, si. Queremos un tanque pero nos conformaremos con una motocicleta. No debe amedrentarse por causar bajas civiles, no importan los daños colaterales, sólo debe tomar su objetivo y volver vivo. Una motocicleta es el único medio para infiltrarse en el recinto de alta seguridad, nombre en clave Becky.

Eric comenzó a reírse de una forma estúpida y al rato dijo:

–Introducirse en el recinto amurallado… penetrar la seguridad… Becky… je je je…
–¡¡¡Soldado!!! ¿Le parece gracioso?
–¡Señor, no señor!
–¡Una más así y perderá un permiso de fin de semana! Bien, primero hay que tomar el objetivo uno: motocicleta. Una vez completado el primer objetivo, deberá avanzar al siguiente punto de control: camuflaje para ocultarse. Esto es conseguir una chaqueta de cuero con el que esconderá su espíritu fofo y enclenque a ojos del enemigo y parecer un hombre curtido. El asalto final consistirá en una maniobra totalmente diversiva: engañar al enemigo. El objetivo Becky está buscando a un hombre sensible… así que se lo daremos… al menos es lo que creerá. Si lleva a cabo sus instrucciones como le hemos instruido, alcanzará sus objetivos y cumplirá con éxito su misión.

–Señor, ¿estamos hablando de…?

La voz lenta y profunda de Erwin respondió:

–Tomar París. Rendir al enemigo y “clavar la bandera”…
–¿Aliados? ¿Refuerzos?
–Estás sólo, soldado. Todos han caído.

La voz de Eric comenzó a temblar:

–¿Todos, señor?
–Todos.

Eric sollozó y parecía a punto de derrumbarse y ponerse a llorar como un bebé:

–Todos… –masculló el nenaza.
–Si –respondió Erwin–, todos han mojado ya, sólo quedas tú.

Eric se derrumbó moral y físicamente, y cayendo al suelo entre sollozos murmuró:

–Esto es un infierno, diormío.

Erwin se le acercó y escaló por su cuerpo hasta llegar a su hombro y le dijo tranquilamente con voz reconciliadora:

–Aún puedes ganar esta guerra, chaval.
–¿Si? ¿Cómo?
–Cumple la misión, restaura la gloria de tus antepasados y destruye el anillo único.
–¿Qué anillo?
–Perdona, me he emocionado. Que te tires a Becky hostia, con un par de huevos.
–¡Eso! ¡Con un par!

Eric se puso en pie de un salto y dijo:

–Vale, una moto. De las grandes. No hay dinero para comprarla, así que la gorronearemos.
–¡La gorronearás tú! Ahora no me incluyas.

Al rato de “pensar”, Eric exclamó:

–¡Ya lo tengo!
–Robarla no es una buena idea –intervino Erwin–. De hecho no es ninguna idea en absoluto.
–Pues pasaremos al plan B.
–¿Y es?
–Hacerme amigo de alguien con moto y pedirle que me la deje.
–A veces eres un genio. Está claro que aún no ha llegado ninguna de esas veces, pero eres un genio de alguna forma.

Eric cogió al ratón y lo dejó sobre el sofá, cogió una chaqueta y se la puso mientras abría la puerta. Erwin le espetó:

–No irás a dejarme aquí solo…
–Los ratones no pueden entrar en los bares.
–¡Ah! ¿Qué vas a un bar? ¡¡¡No puedes dejarme aquí solo!!!
–Serás un lumbreras pero andas corto de oído. Bar, ratones… no.
–Tú llévame que yo convenceré al encargado del bar.

Se pusieron en marcha y al rato llegaron al “A Través del Fuego y de las Llamas”, un bareto lleno de inmundicia y escoria humana, más conocido como “El Fuego”. El Fuego estaba regentado por un pastor alemán. No por un perro, joder, sino un pastor protestante de origen alemán que se asentó en España para fundar una cadena de antros que servían calimocho en grifo.

Eric se sentó en un taburete y Erwin bajó por su brazo hasta la barra. El camarero se acercó y dijo:

–¿Qué va a ser? ¡Oye! ¡No puedes traer bichos aquí!
–¿Bicho? –Respondió Erwin–. Soy un Rodentia Myomorpha Myodonta Muroidea Cricetidae Cricetinae, y tú un Homo Sapiens que hace poco honor a su especie. ¿Vas a dejarme tomar una cerveza con mi colega aquí presente o prefieres discriminarme por mi aspecto y enzarzarnos en una batalla dialéctica de la que has comprobado que no puedes salir airoso?
–Eeeehhh… ¿Caña o pinta?
–Caña, y para mi amigo un Martini con vodka; mezclado, no agitado.
–¡Yo no quiero eso!
–Sí que lo quieres, ahora tienes que tener estilo. Lleims Bon no es un agente secreto tan secreto, ni es creíble ni es tan bueno, pero por ahora puedes tomar de él su estilo glamoroso y confiado. Habría que hacer contigo un collage de héroes del cine y la literatura, pero no tenemos tanto tiempo.
–¿Cómo vamos a hacer para aprender a conducir una moto con marchas? No puedo ir a una autoescuela, no tengo tanto dinero.
–Eso se arregla fácil. ¿Tú has visto pelis de la Segunda Guerra Mundial? El prota le da un puñetazo a un veterano nazi y lo deja inconsciente de un golpe. Entonces se pone su uniforme y automáticamente habla alemán. No sólo habla alemán, sino que de repente tiene acento de Frankfurt el cabrón.
–Así que si me pongo la chupa de cuero que tengo que conseguir, ¿automáticamente sabré conducir?
–Si.
–Mola. Oye, me he dado cuenta que hay mucha influencia alemana por aquí, tú, el dueño de El Fuego, tus ejemplos…
–Casualidad.

El camarero sirvió la cerveza y el vodka. Al rato, Eric ya había bebido varios sorbos y disfrutaba del sabor de la falsa confianza en uno mismo que la bebida proporcionaba. Observó a Erwin que bebía encaramado al borde de la jarra y dijo:

–¡Tío! Eres tan pequeño que incluso podrías bañarte en la jarra.
–Ya lo hago, a veces.
–¿Si?
–Claro, ¿cómo crees que tengo un pelaje tan fino y sedoso? Este brillo no te lo da el Pantén.
–¡Guau! Es verdad –contestó Eric acariciando el lomo de Erwin–. Qué suave.
–¡Oye! ¡No dejes de acariciar!
–Creía que eras un intelectual.
–Eso no quita que me gusten las cosas sencillas de la vida como ser acariciado, comer patatas fritas u oír chistes macabros.

Continuaron hablando sobre el cuidado del pelo, una conversación aparentemente nada varonil, pero muy común entre los hombres cuando no había mujeres cerca. Después de unos minutos de charla, se sentó a su lado un personaje muy variopinto. Respondía a las características de un humano varón, pero ataviado con vaqueros rotos, botas de montar, una camiseta negra talla equis-equis-equis-sábana con calaveras, un cinturón de balas de calibre 7’62 y pulseras de pinchos. Dicho tío, por no llamarlo hombre, llevaba una gran melena negra rizada hasta media espalda, a lo que Erwin no dudó en invitarlo a la conversación:

–Disculpe caballero… ¿caballero? ¡¡¡Oiga señor!!!

El tío de la camiseta negra miró a Erwin:

–¿Me dices a mí?
–Si.
–¡Ah! Como decías eso de “caballero”…
–Ya, el título te viene grande pero trataba de ser educado. Nunca verás a un hámster siendo maleducado con un tío que podría aplastarlo con su puño.
–Yo no haría eso.
–Bueno, que nos preguntábamos mi amigo y yo que qué haces para mantener ese pelo tan sano que brilla.
–Pues cada semana me lo lavo con una mezcla de sangre de cabra, miel, un chorrito de ron y un ingrediente secreto.
–¿Cuál es el ingrediente secreto?
–Napalm.
–¿Napalm? ¿De dónde lo sacas?
–Lo compro a granel a un mayorista de Internet.
–¿Sabes que tu ingrediente secreto ya no es secreto? Me lo acabas de contar.
–Ya, pero confío en ti.
–¿Por qué?
–Porque eres un ratón.
–¿Eso te dice que sé guardar un secreto?
–Me dice que si no lo guardas, te aplasto de un puñetazo.
–Touché.

A los pocos segundos de silencio, Erwin continuó:

–Yo soy Erwin, este es Eric.
–Yo me llamo Calipo de Fresa. Destroyer para los amigos.
–¿Puedo llamarte Calipo?
–Si me llamaras así, ya no serías mi amigo.
–¿Y?
–Acabarías bajo mi puño.
–Así que tú lo arreglas todo así… Oye, ¿y por qué te llamaron Calipo tus padres?
–Porque eran imbéciles.
–¿Ya no lo son?
–Murieron.
–¿Cómo?

La mirada fría y penetrante que Destroyer le clavó a Erwin le fue suficiente para comprender:

–Ah, así que los mataste de una forma vil e indecorosa, ¿no?
–Exactamente –respondió Destroyer.
–Pese a tus burdos intentos de aparentar una personalidad psicótica y violenta, veo dentro de ti un corazón lleno de amor por el mundo, un alma de poeta autoencarcelado, mutilado moralmente por la sociedad. No es bueno mentir, no haces más que dañar a nuestra madre Tierra. Sé tu mismo. Tú no mataste a tus padres, lo veo en tus ojos de corderito degollado… cuéntame.

El enorme Calipo de Fresa, alias Destroyer, se echó a llorar y necesitó unos minutos para recomponerse. El camarero le sirvió un vaso de agua y al final Destroyer le contó a Erwin que su padre había muerto años antes, y que su anciana madre estaba enferma y necesitaba muchos cuidados pero él no ganaba lo suficiente para pagarle una residencia digna, y no le concedían ayudas gubernamentales para tener a su madre en un sitio decente.

Después de toda la conversación, Erwin se giró para hablar con Eric, pero se encontró con que éste vestía de repente un traje con corbata y llevaba puestas unas gafas de sol, además de estar apoyado de espaldas a la barra con media sonrisa de cabrón despiadado.

–¿Serás energúmeno? ¿Qué haces vistiendo así?
–No sé… llevaba media copa consumida y me vi así de repente. Pero me gusta, me siento bien.
–La próxima vez probaremos con otra bebida, el Martini con vodka no es lo tuyo. Págale al barman que nos vamos.

De vuelta en casa Erwin le explicó a Eric que Destroyer tenía toda la pinta de tener una buena moto y que si se conseguía hacerle un gran favor, tendría muchas opciones de que éste se la dejara. Le contó después la historia de que su madre estaba enferma y necesitaba atención pero no la conseguía, y el hámster estaba completamente seguro de que aquello era la pista que necesitaban, que esa sería la manera de hacerle un favor a Destroyer para conseguir la llave a Becky, pero no tenía ni idea de cómo conseguirle una ayuda económica o una plaza en un asilo a la madre del motero.

–No voy a conseguir a Becky nunca –se lamentó Eric mientras se dejaba caer en el sofá.
–No digas eso, nada más salir de casa hemos encontrado al tipo este, ha sido muy rápido, como de película. Sólo tenemos que comprobar que sí que tiene una moto y luego encontrar la forma de que te la deje, pero las cosas van por buen camino.

Al día siguiente, Eric se despertó de muy buen humor…

–¡Eh eh eh eh eh eh eh… eh… eh… eh… … … eh! –interrumpió escandalosamente Erwin.

¿Qué?

–¿Cómo que “al día siguiente”?

Pues que saltamos del domingo por la tarde al lunes porque no hay nada más interesante que contar.

–Ya, pero no puedes cortar tan bruscamente. ¿Qué clase de narradora eres tú?

Lo siento, es mi primer día.

–Ah bueno, es comprensible. Verás, lo que debes hacer es suavizar esa elipsis temporal.

¿Cómo?

–Pues con algo así como… “el resto del domingo, Eric y Erwin se dedicaron a jugar al ajedrez y discutir sobre la teoría de cuerdas”… algo así. Y después ya hablas del siguiente día, o incluyes algún comentario sobre la noche… en fin, que haya una transición menos bestia.

Perdona, y gracias, seguiré tu consejo. En fin… que Eric y Erwin hablaron durante casi una hora sin resultado alguno sobre cómo podrían conseguir que Destroyer le dejara a Eric su moto, en caso de que tuviese una, cosa que aún no habían comprobado. Después de aquello se pasaron la tarde viendo antiguas películas de Ray Harryhausen con un surtido de kebabs y patatas fritas que pidieron a domicilio.